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El Izquierdo que no falló

  • Foto del escritor: Bracamonte Hector
    Bracamonte Hector
  • 18 nov 2024
  • 3 Min. de lectura

El fútbol y la vida no siempre juegan limpio. Vos lo sabés mejor que nadie, querido Juan.


Siempre fuiste un hombre de contrastes, corazón de barrio humilde que creció rodeado de sueños y de algunas realidades incómodas. Tu historia es la del futbolista joven vestido de albañil para changuear y acompañar a tu viejo, limpiando obras, mateando con tu ídolo y levantando paredes con la misma fuerza y ganas que levantabas tu vida. Con el mismo ánimo colocaste cada ladrillo, en la obra y en la vida.


El fútbol siempre fue tu refugio y, entre laburo, murgas y estudio, encontrabas el tiempo para entrenar y perseguir ese sueño que tenemos todos. Alguien te insistió para que vayas a Cerro. Algunos dirán que fue suerte; otros, que esta no es más que un trayecto pavimentado de esfuerzo y destreza. En seguida resaltaste, y dejaste de armar paredes con tu viejo para hacerlas en la primera del club. Pero ese no fue tu techo, sino los cimientos. Con la pisada firme en el suelo y el corazón desmedido, te metiste por la ventana de las oportunidades en la gran liga. Fuiste de los pocos en pintarte de carbonero y terminar en el Bolso con la misma pasión y responsabilidad. Peñarol y Nacional resuenan en el alma de cada uruguayo que hoy te recuerda y homenajea.


“El fútbol me devolvió la sonrisa”, dijiste en una oportunidad y, como un héroe de barrio, te colgaste la medalla de campeón en Liverpool, tal como le habías prometido a tu abuelo, demostrando que, a pesar de las adversidades, los sueños se pueden cumplir. Y también dijiste: “Aprendí mucho a valorar cuando tengo salud, que parece normal”, una lección que hoy resuena con más fuerza que nunca.


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Ese corazón desmedido, tu motor en la cancha, entibió el pecho generoso contra el que abrazaste a tu familia. Te convertiste en padre por segunda vez y, qué ironía, Juan; el izquierdo, que latía con fuerza en cada pique, en cada gol, decidió detenerse antes de tiempo. Ese gurí llegó al mundo sin saber que el destino ya le había arrebatado la oportunidad de conocerte en plenitud. La injusticia de la vida se hace palpable, desconocido amigo, porque el mismo fútbol que tantas alegrías te dio un día te arrebató todo de golpe. Dejar la vida en la cancha era otra cosa, era jugar quebrado, con dolores, en desventajas… Pero alguien lo decidió así. Si lo ves ahí arriba, hacele sentir el rigor charrúa de defensor a ese tirano que juega a ser dueño de todo.


Y aunque la muerte te ganó la espalda y se fue sola al gol, la forma en que defendiste la vida deja una huella imborrable. No solo en los que te conocieron personalmente, sino también en el fútbol, que tanto amabas. No serán suficientes los homenajes para consolar a los tuyos, porque el dolor no tiene palabras, pero tal vez estos pequeños gestos calmen y den fuerza a los que ya te extrañan.


En tu partida nos dejaste la última ironía, mientras el izquierdo fallaba, tu vida se convertía en un legado lleno de inspiración. Un legado que nos recuerda que a veces los hombres buenos parten antes de tiempo, pero tu espíritu permanecerá en cada cancha, en cada pase, en cada entrada, en cada gol, en cada victoria y en cada derrota.


Porque, al final, Juan Izquierdo no falló. Nos enseñó a dejar todo en la cancha y aunque ya no esté físicamente, su nombre seguirá en el aire y cada uno de los corazones que tocaron su vida.


Descanse, querido Juan Izquierdo...


Bracamonte Hector


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