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Tendencia que preocupa en Argentina: directores deportivos como fusibles.

  • Foto del escritor: Franckabudski Camilo
    Franckabudski Camilo
  • 18 nov 2024
  • 5 Min. de lectura

El fútbol argentino vive un cambio inquietante: el director deportivo está desplazando al entrenador como el primer fusible en tiempos de crisis. Sin embargo, esta figura, lejos de consolidarse, se ha convertido en un chivo expiatorio para tapar malas gestiones dirigenciales. Es crucial redefinir y transparentar este rol para evitar que siga siendo un simple recurso de emergencia.


Estamos en presencia de un importante y peligroso cambio de paradigma en el fútbol argentino. Siempre se dijo (y se sigue repitiendo) que el “primer fusible” que salta cuando un equipo está en crisis es el entrenador, pero vemos día a día que emerge una figura que viene a desplazar al director técnico: la del director deportivo. Mucho más fácil, mucho más a mano, mucho más económico inclusive, porque generalmente en una secretaría técnica trabajan menos personas que en un cuerpo técnico profesional.


Vemos cómo reina la confusión, cómo es lo mismo hablar de directores deportivos, managers, secretarios de fútbol, secretarios técnicos, Consejos de fútbol. Todo pareciera ser lo mismo y no lo es. Todo se mezcla. Por eso estoy convencido que el término “director deportivo” es imposible de aplicarse en nuestro país porque ninguna persona que ejerza ese cargo tiene potestad plena para intervenir en una dirección deportiva integral que abarque todas o casi todas las esferas futbolísticas de un club. Suena muy bien, pero dista de lo real, lamentablemente. Ni siquiera pudieron hacerlo referentes de los clubes como por ejemplo Diego Milito, quien incluso reconoció públicamente que su rol como director deportivo en Racing tenía un techo y más de eso no podía construir.



Entonces, propongo hablar de “director de fútbol profesional”, un rol de gestión específico del primer equipo, con vínculos con el fútbol juvenil y otras áreas si existiera la posibilidad, pero enfocado en el primer equipo. Menos ambicioso desde el cartel pero más asertivo.


Mi humilde experiencia en el mundo del fútbol profesional me enseñó que sin estar en el día a día de un club es muy difícil opinar porque pasan cosas que desde afuera no se ven, pero en este caso lo amerita y prefiero correr el riesgo de equivocarme en mi análisis.


Quiero puntualizar en el caso de Ariel Michaloutsos en Newell’s como un ejemplo doloroso de todo esto. Y aclaro de antemano que no conozco personalmente a Michaloutsos, jamás hablé o tuve contacto directo con él. Pero su salida de Newell’s lo sentí como un golpe para todos los que creemos en una forma de gestión. Visto desde afuera, a juzgar por entrevistas o un video que publicó la propia institución en mayo, parecía un interesante proyecto a mediano y largo plazo.


“La idea es que las decisiones sean institucionales, no de una persona. Tuve la palabra del presidente del club (Ignacio Astore) para que así suceda (…) No creo que un plantel se pueda armar, si no sos poderoso económicamente, de un día para el otro. Tiene que haber un proceso y un método que trascienda las personas que estemos o pasemos por la institución”, contó Michaloutsos en ese video. Pero los dirigentes precisan nuevos fusibles, nuevos responsables. Y ahí cae el director deportivo, un paraguas protector de la dirigencia, un culpable si las cosas salen mal, un responsable “de la conformación del plantel en los mercados de pases del año en curso”, como informó el club en un patético comunicado para anunciar el despido de Michaloutsos. Como si el director deportivo fuera el dueño de todas las determinaciones y los dirigentes, inmunes, pudieran señalar libres de culpas. 



Vamos al trasfondo de la cuestión: en la Argentina casi nadie confía en las direcciones deportivas, sólo las utiliza para que solucionen mágicamente años de malas administraciones, sin visión a futuro, y como un medio para excusarse, lo que distorsiona y contamina toda esencia. Sin dudas que hay excepciones y de ellas tenemos que valernos para continuar creyendo que un cambio radical es posible.


También es importante plantear que en la mayoría de los casos se incurre en el error de no explicar qué es lo que se hace, cómo se hace y cuáles son los fundamentos de una verdadera dirección deportiva. En líneas generales no se expone la metodología de trabajo y eso alimenta cualquier tipo de suspicacias y comentarios que sólo alimentan la desconfianza en ciertos pilares que no deberían ponerse en discusión. Mientras no se clarifiquen esos pilares, seguirán las dudas sobre la credibilidad de las direcciones deportivas. Y ya no por lo que ocurra afuera sino por lo que hacemos o dejamos de hacer desde adentro. Desde mi punto de vista creo que hay que abrirse más, debatir más, explicar más y mostrar más para que se entienda de qué se trata todo esto y se suprima la idea de que “cuatro o cinco chantas se juntan en una oficina a boludear todo el día”.


Monchi exhibe en 13 masterclass los detalles del modelo exitoso de Sevilla y todos los miramos como un espejo, como una referencia y como todo lo que quisiéramos para nuestros clubes. O incluso he visto conferencias de prensa de Fran Garagarza post mercado de pases explicando los pormenores de lo que ocurrió en la ventana. ¿Por qué no podemos replicarlo en la Argentina? No me quieran convencer de que eso acá es imposible porque me niego a creerlo. Quizás en otros países no sea necesario porque el público no lo demanda, pero acá vale la pena hacerlo aunque tilden de vende humo y sólo juzgue el resultado. En definitiva, se trata de autoconvencimiento y transparencia, y no digo que si no se hace sea por oscurantismo.


No debatamos más si un jugador es bueno o malo, propiciando la banalidad (de hecho no hay buenos o malos sino los que se ajustan al perfil que buscamos o no); debatamos y mostremos el proceso de por qué ese jugador fue contratado. Perdamos el miedo al qué dirán, si al fin y al cabo la crítica va a estar en cualquier circunstancia. Mientras persista ese temor, más alimento tendrán los de afuera (dirigentes, hinchas, periodistas). Y cuando digo “los de afuera” no lo digo de forma peyorativa o como si fueran enemigos sino porque son a quienes tenemos que “convencer”. 


Todos podemos ser (hoy o mañana) un Michaloutsos. Todos deberíamos “solidarizarnos” con él, porque los que creemos en esa estructura de trabajo de algún modo sufrimos un revés con su salida. Por estos días Michaloutsos quedó solo, vulnerable, ridiculizado por haber hablado de scouting y big data. A este ritmo, habrá nuevos Michaloutsos en el corto plazo y es algo que de alguna forma tenemos que impedir, pero no sólo echando culpas hacia afuera sino con una mirada autocrítica hacia adentro. Si el concepto no se entiende, nosotros tenemos nuestro grado de responsabilidad.


Franckabudski Camilo

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